sábado, 10 de diciembre de 2011

El verdadero sueño era encontrarla.


          Tengo la maleta lista. Estoy en la puerta dispuesto a partir, por fin, mi taxi ha llegado, no lo podía creer. Estaba a punto de cumplir mi sueño. O por lo menos lo más cerca que llegaría a estarlo después de la muerte de mi Amanda. Ella me hizo prometerle antes de morir, que nunca renunciaría a nuestro sueño. Tengo 64 años y al fin voy a alcanzar la meta que me tracé, bueno que nos trazamos esa tarde cuando apenas éramos novios.
         Disfrutamos de los más bellos años de casados, hasta que mi Amanda enfermó. El cáncer la fue apagando poco a poco, lo más duro para mí fue ver la luz escaparse de sus ojos cada día. Mi esposa era creativa, impulsiva y tenía una capacidad de hacer mi vida más fácil, con tan sólo sonreír. El día que la perdí el mundo perdió su color. Murió entre mis brazos, en nuestra cama, en el hogar que habíamos construido. En sus últimos minutos de vida me hizo prometerle que nunca me rendiría y ahora haré este viaje por los dos.
         Han pasado 7 años desde que la perdí. Renuncie a mi trabajo, tengo dinero para vivir tranquilo el resto de mi vida. Lo que no le di a Amanda fue tiempo y de eso me arrepentiré siempre. Lo que me había faltado estos últimos años para viajar era el valor para enfrentar la vida sin ella. Pero por fin hoy estoy decidido a irme. No quisiera ir a reunirme con ella sin haber cumplido mi promesa. Ya estoy en la línea para abordar y sólo pienso en ella. Deberíamos estar aquí tomados de la mano. El avión acaba de despegar, por la ventana veo como me alejo del lugar donde nací, donde la ame, donde la perdí. Y me acerco a cumplir nuestro sueño.
Son 9 horas de viaje, a mi lado se sentó una pareja de jóvenes, se ven muy enamorados, están llenos de vida y de ilusiones. Y yo sólo quiero alcanzar el final y reunirme con ella. Él es un caballero y ella es muy cariñosa, parecen recién casados, sus anillos están muy brillantes y parecen querer mostrarlos a casa instante. Al poco rato me quede dormida.
Al aterrizar en Roma, me registré en el hotel que ella eligió. Descansé toda la noche. En la mañana me fui caminando hasta la fontana Di Trevi. Las lágrimas empezaron a correr, era nuestro sueño y ella no estaba. Tomé una moneda y la lancé, desee estar con ella. Volví al hotel. Me acosté, cerré los ojos y ahí estaba ella. Al fin juntos.  

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