domingo, 11 de diciembre de 2011

Él iba a ser militar y ella iba a ser senadora.


Gabriela y Juan Carlos, se miraban todas las mañanas a través de la ventana, sin conocerse, se sonreían de edificio a edificio, desde sus dormitorios de la universidad. Ella, era una estudiante ejemplar, dedicada al servicio comunitario, y presidente de muchos comités. Increíblemente bella siempre sonriente. Él, quería convertirse en piloto de guerra y luchar por su país, como lo hicieron su padre y su abuelo. Era reservado, jamás se integro a su grupo de clases. La única persona a la que le sonreía era a Gabriela. Era como si tuviese miedo de acercarse a la gente, guardaba un secreto.
                Ambos tenían miedo, nunca se habían visto de frente aunque se esperaban diariamente en la ventana. Ella se tomaba un jugo de naranja, feliz por comenzar su día. Mientras que él, se tomaba un café negro, ansioso de que terminara. Sin saberlo, la muchacha de otro lado de la ventana se estaba convirtiendo en su fe. Y el misterioso hombre de los ojos azules se convertía en su amor.
                Una mañana, se hicieron señas para encontrarse abajo, frente al gran árbol que los dividía. Ella se puso más perfume del usual, se recogió el cabello y se preparó para bajar. Él se cambió la camisa dos veces y cuando al fin bajó, no dejaba de sonreír. Su actitud causo sorpresa en sus compañeros y eso que aún nadie sabía con quien iba a encontrarse. Juan Carlos la esperó abajo del árbol casi sin poder respirar, cuando Gabriela descendió por las escaleras, lo vio y aceleró el paso. Se saludaron con timidez, con nervios de enamorados, sin jamás haberse hablado, sentían como una extraña sensación de afecto los invadía.
                Pasaron horas sentados en el banco, descubriendo que tenían mucho en común. La atracción fue instantánea, cuando empezaron a hablar fue como si algo encajara entre ellos, algo que habían estado buscando sin encontrar. Sin que se dieran cuenta todos los miraban asombrados, se preguntaban cómo se habían conocido. Pero ellos estaban absortos en esa sensación de plenitud que hacía que todo lo demás desapareciera. Él iba a ser militar y ella iba a ser senadora. Se iban a enamorar con locura, jamás se iban a olvidar el uno del otro. Juan Carlos iba a morir en batalla y Gabriela iba a vivir el resto de su vida honrando su memoria. 

sábado, 10 de diciembre de 2011

Carlota

` Mi mente no dejaba de girar. El miedo y la incertidumbre se apoderaban de mí. Era mi cuerpo, el cuerpo con el que esta mañana había abrazado a Carlota. Ahora nunca más la vería. Nunca le dije que la amaba, tenía miedo y nunca se lo dije cuando sabía que lo sentía. Fui un cobarde mientras viví a su lado. Entonces la vi, venía llorando hacía mi cuerpo. Lo abrazó tan fuerte como si aún tuviese esperanzas de que despertara.
Se quedó mirando al lugar desde donde la observaba, desde donde observaba todo, muerto. Pensé que sabía que estaba allí. Luego bajo los ojos hasta mi cadáver y lo besó. En ese momento entendí que no me veía y que nunca más podría verme. Un policía la alejo de mi cuerpo, mientras yo gritaba y nadie me oía, subieron mi cadáver a una camilla y me metieron en una bolsa. Me sentí vivo hasta el instante cuando vi de frente los ojos tristes de Carlota. En ese momento de verdad estuve muerto, entonces desaparecí.

El verdadero sueño era encontrarla.


          Tengo la maleta lista. Estoy en la puerta dispuesto a partir, por fin, mi taxi ha llegado, no lo podía creer. Estaba a punto de cumplir mi sueño. O por lo menos lo más cerca que llegaría a estarlo después de la muerte de mi Amanda. Ella me hizo prometerle antes de morir, que nunca renunciaría a nuestro sueño. Tengo 64 años y al fin voy a alcanzar la meta que me tracé, bueno que nos trazamos esa tarde cuando apenas éramos novios.
         Disfrutamos de los más bellos años de casados, hasta que mi Amanda enfermó. El cáncer la fue apagando poco a poco, lo más duro para mí fue ver la luz escaparse de sus ojos cada día. Mi esposa era creativa, impulsiva y tenía una capacidad de hacer mi vida más fácil, con tan sólo sonreír. El día que la perdí el mundo perdió su color. Murió entre mis brazos, en nuestra cama, en el hogar que habíamos construido. En sus últimos minutos de vida me hizo prometerle que nunca me rendiría y ahora haré este viaje por los dos.
         Han pasado 7 años desde que la perdí. Renuncie a mi trabajo, tengo dinero para vivir tranquilo el resto de mi vida. Lo que no le di a Amanda fue tiempo y de eso me arrepentiré siempre. Lo que me había faltado estos últimos años para viajar era el valor para enfrentar la vida sin ella. Pero por fin hoy estoy decidido a irme. No quisiera ir a reunirme con ella sin haber cumplido mi promesa. Ya estoy en la línea para abordar y sólo pienso en ella. Deberíamos estar aquí tomados de la mano. El avión acaba de despegar, por la ventana veo como me alejo del lugar donde nací, donde la ame, donde la perdí. Y me acerco a cumplir nuestro sueño.
Son 9 horas de viaje, a mi lado se sentó una pareja de jóvenes, se ven muy enamorados, están llenos de vida y de ilusiones. Y yo sólo quiero alcanzar el final y reunirme con ella. Él es un caballero y ella es muy cariñosa, parecen recién casados, sus anillos están muy brillantes y parecen querer mostrarlos a casa instante. Al poco rato me quede dormida.
Al aterrizar en Roma, me registré en el hotel que ella eligió. Descansé toda la noche. En la mañana me fui caminando hasta la fontana Di Trevi. Las lágrimas empezaron a correr, era nuestro sueño y ella no estaba. Tomé una moneda y la lancé, desee estar con ella. Volví al hotel. Me acosté, cerré los ojos y ahí estaba ella. Al fin juntos.